miércoles, 24 de abril de 2013

Día Internacional del Libro: entre lo impreso y lo virtual


El 23 de abril es la fecha que escogió la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) para celebrar internacionalmente el Día del Libro. En esa fecha se conmemora el fallecimiento de tres destacados escritores: el español Miguel de Cervantes Saavedra, el inglés William Shakespeare y el cronista peruano Garcilaso de la Vega (el Inca), todos ocurridos en 1616, así como William Wordsworth (1850) y Josep Pla (1981), quienes también murieron en esa fecha, pero en diferente año. Una gran coincidencia para el mundo de la literatura universal, aunque concuerda, además, con el nacimiento de otros prominentes autores, como Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov y Manuel Mejía Vallejo.

            Así, el 15 de noviembre de 1995, por iniciativa de la Unión Internacional de Editores, la Conferencia General de la UNESCO fijó ese día en particular para rendir un homenaje mundial al libro y a sus autores, y alentar a todos, en especial a niños y jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y valorar la contribución de los creadores al progreso social y cultural.

            Esta iniciativa recibe el apoyo de autores, editores, libreros, educadores, bibliotecarios, entidades públicas y privadas, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación de todo el orbe que lideran diferentes iniciativas y desarrollan diversas actividades con el propósito de promover la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual a través del derecho de autor.

Cabe mencionar que, en 2001, la UNESCO denominó a Madrid Capital Mundial del Libro. Desde entonces cada 23 de abril, diferentes capitales de países del mundo han ido acogiendo este honor y realizan durante el año diferentes actividades culturales relacionadas con los libros. En 2002 ocupó el puesto Alejandría; Nueva Delhi en 2003; Amberes en 2004; Montreal en 2005; Turín en 2006; Bogotá en 2007; Ámsterdam en 2008; Beirut en 2009; Liubliana en 2010; Buenos Aires en 2011; Ereván en 2012; Bangkok en 2013 y Port Harcourt lo será en 2014. El comité de selección está integrado por representantes de la Unión Internacional de Editores (UIE), la Federación Internacional de Libreros (FIL), la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios (IFLA) y la UNESCO.

En estos tiempos en que se discute el futuro incierto del libro como objeto (cuya vida se acerca a 570 años a partir de la invención de la imprenta por Juan Gutenberg), del libro-objeto, del libro electrónico (e-book), las bibliotecas virtuales, el libro inteligente, el cibertexto, la piratería, las nuevas formas de lectura, entre otros tópicos relacionados, es un buen pretexto para reflexionar acerca de las ventajas y desventajas de los libros electrónicos en nuestro país, donde sólo el 1.5 % de la población nacional lee, en promedio, 2.9 libros por ciudadano, por lo que la oferta de libros digitales es reducida, ya que sólo tres librerías han empezado a introducirlos en el mercado con la intención de generar en los mexicanos un hábito diferente de lectura.

Como señala David J. Staley (2003), para la década de los noventa se creía que el fin del libro estaba cerca, pero las ventas dicen lo contrario. La oficina sin papeles no es todavía una realidad, de hecho muchas están usando más papel en la actualidad. Y más aún, las computadoras, los teléfonos móviles, y otras nuevas tecnologías puede que estén reforzando la habilidad para producir y distribuir los libros impresos. El futuro del libro, en todo caso, estará determinado por el modelo de la economía de información que surja: si desaparece como tecnología viable porque la información digital se vuelve algo común, o si se quedará como una tecnología de información vital porque permanecerá el concepto de propiedad intelectual.

Paradójicamente la transición hacia el libro electrónico coincide con la presencia de una serie de factores vinculados con los hábitos de lectura y con la industria editorial: una baja en los índices de lectura, crisis generalizada de la industria editorial, proliferación de premios y una  explosión de  creatividad y de  variedad en las obras (José Robles Aguilar, 2012). En el caso de México, distintas encuestas revelan que el índice de lectura  disminuyó de 56 a 46 por ciento durante el periodo 2000-2012, lo que representa una caída del 10% de lectores en una población conformada por 5.4 millones de analfabetas funcionales. Por si fuera poco, dentro del Presupuesto de Egresos 2013 que Enrique Peña Nieto envió al Congreso, no se contempló el Programa Nacional de Lectura, que tiene como finalidad fomentar la lectura entre estudiantes y profesores de educación básica, para ahorrarse, quizás, los 27.2 millones de pesos asignados a dicho programa en 2012.

Este es, de manera sucinta, el panorama actual del libro y la lectura en México: nada que celebrar y sí mucho por hacer.