El tema del amor ha sido y es recurrente en la
creación literaria, así como en otras manifestaciones culturales. Lo
encontramos tanto en expresiones de la tradición oral de la antigüedad, como en
obras literarias contemporáneas; en composiciones musicales, pictóricas y
escultóricas de distintas épocas, como en textos filosóficos, en películas,
teleseries, en las letras de canciones, en las conversaciones cotidianas, en la
Internet, en fin, en diversos y variados productos de la cultura contemporánea.
Se dice que, en literatura, poco
hay de nuevo bajo el sol. El genio de la creación literaria está orientado, más
que a inventar temas nuevos, a descubrir o redescubrir las viejas cuestiones de
la literatura universal (amor, vida, muerte, sexo, alma, naturaleza humana,
etc.). En consecuencia, lo novedoso son las renovadas e ingeniosas perspectivas
de los literatos respecto a los temas universales mencionados. Recordemos que
cada época tiene sus escritores, quienes se encargan de reflejarla, de una u
otra manera, en sus obras.
Así, desde las primeras obras
literarias escritas en lengua castellana, como las jarchas, el Cantar del Mío Cid o El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, en las que el amor es una cuestión de honor o fuente de cariñosa
idealización, como la legendaria Dulcinea; pasando por la infidelidad
apasionada de Don Juan Tenorio, la
locura y la pasión en la obra de Shakespeare, el sexo por el sexo expresado en
las novelas del Marqués de Sade, hasta la narrativa moderna en la que el amor
se expresa como una búsqueda de la libertad, una exploración del inconsciente o
un simple ensimismamiento en la novelística minimalista de Raymond Carver
(autor de De qué hablamos cuando hablamos
de amor) o en la obra de John Berger.
Sin embargo, para nadie es un
secreto que la fuente natural de la literatura de todos los tiempos son los
mitos –narraciones fantásticas que tratan de explicar el origen del universo- y
las leyendas, las cuales terminan siendo reinventadas, algunas veces de manera
creativa, por el artista.
Recordemos que, según el Libro de Baruk –citado por Juan Eduardo
Cirlot en el Diccionario de símbolos
(Ediciones Siruela, España, 2001)-, el deseo amoroso y su satisfacción es la
clave del origen del mundo. Las desilusiones del amor y la venganza que los
sigue conforman el secreto de todo mal y del egoísmo que existe en la tierra.
La historia entera es obra del amor. Los seres se buscan, se encuentran, se
separan, se atormentan; finalmente, ante un dolor más agudo que implica la
renunciación.
En
consecuencia, como tema literario, las obras de la tradición amplían la figura
mítica de Eros y Cupido y la resignifican en una diversidad de espectros del amor,
a saber: la del amor vinculado a la pasión o sensual y la de la idealización
del amor y del ser amado, ambos asociados a otros grandes tópicos literarios
como el tiempo, la muerte, la trascendencia, el anhelo de felicidad y plenitud,
la experimentación de la soledad, el dolor, el sufrimiento por la
imposibilidad, la ausencia, la separación del ser amado, en fin, toda la gama
del ser interior que se manifiestan en lo «amoroso».
En
suma, el amor en la literatura no se reduce a cursis poemas «de amor». Son
eternos y apasionados amantes que, como en la conocida fábula, caminan ciegos
tras la locura. Ya lo dijo Freud: el amor es irracional; si los seres humanos
fueran sensatos, no se enamorarían. Y la literatura también quedaría
desamparada.