El
23 de abril es la fecha que escogió la Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) para celebrar internacionalmente
el Día del Libro. En esa fecha se conmemora el fallecimiento de tres destacados
escritores: el español Miguel de Cervantes Saavedra, el inglés William
Shakespeare y el cronista peruano Garcilaso de la Vega (el Inca), todos
ocurridos en 1616, así como William Wordsworth (1850) y Josep Pla (1981),
quienes también murieron en esa fecha, pero en diferente año. Una gran
coincidencia para el mundo de la literatura universal, aunque concuerda,
además, con el nacimiento de otros prominentes autores, como Maurice Druon, K.
Laxness, Vladimir Nabokov y Manuel Mejía Vallejo.
Así, el 15 de noviembre de 1995, por
iniciativa de la Unión Internacional de Editores, la Conferencia General de la
UNESCO fijó ese día en particular para rendir un homenaje mundial al libro y a
sus autores, y alentar a todos, en especial a niños y jóvenes, a descubrir el
placer de la lectura y valorar la contribución de los creadores al progreso
social y cultural.
Esta iniciativa recibe el apoyo de
autores, editores, libreros, educadores, bibliotecarios, entidades públicas y
privadas, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación de todo el
orbe que lideran diferentes iniciativas y desarrollan diversas actividades con
el propósito de promover la lectura, la industria editorial y la protección de
la propiedad intelectual a través del derecho de autor.
Cabe mencionar que, en 2001, la UNESCO
denominó a Madrid Capital Mundial del Libro. Desde entonces cada 23 de abril,
diferentes capitales de países del mundo han ido acogiendo este honor y realizan
durante el año diferentes actividades culturales relacionadas con los libros.
En 2002 ocupó el puesto Alejandría; Nueva Delhi en 2003; Amberes en 2004;
Montreal en 2005; Turín en 2006; Bogotá en 2007; Ámsterdam en 2008; Beirut en
2009; Liubliana en 2010; Buenos Aires en 2011; Ereván en 2012; Bangkok en 2013
y Port Harcourt lo será en 2014. El comité de selección está integrado
por representantes de la Unión Internacional de Editores (UIE), la Federación
Internacional de Libreros (FIL), la Federación Internacional de Asociaciones de
Bibliotecarios (IFLA) y la UNESCO.
En estos tiempos en que se discute el
futuro incierto del libro como objeto (cuya vida se acerca a 570 años a partir
de la invención de la imprenta por Juan Gutenberg), del libro-objeto, del libro
electrónico (e-book), las bibliotecas
virtuales, el libro inteligente, el cibertexto, la piratería, las nuevas formas
de lectura, entre otros tópicos relacionados, es un buen pretexto para
reflexionar acerca de las ventajas y desventajas de los libros electrónicos en
nuestro país, donde sólo el 1.5 % de la población nacional lee, en promedio,
2.9 libros por ciudadano, por lo que la oferta de libros digitales es reducida,
ya que sólo tres librerías han empezado a introducirlos en el mercado con la
intención de generar en los mexicanos un hábito diferente de lectura.
Como señala David J. Staley (2003), para
la década de los noventa se creía que el fin del libro estaba cerca, pero las
ventas dicen lo contrario. La oficina sin papeles no es todavía una realidad,
de hecho muchas están usando más papel en la actualidad. Y más aún, las
computadoras, los teléfonos móviles, y otras nuevas tecnologías puede que estén
reforzando la habilidad para producir y distribuir los libros impresos. El
futuro del libro, en todo caso, estará determinado por el modelo de la economía
de información que surja: si desaparece como tecnología viable porque la
información digital se vuelve algo común, o si se quedará como una tecnología
de información vital porque permanecerá el concepto de propiedad intelectual.
Paradójicamente la transición hacia el
libro electrónico coincide con la presencia de una serie de factores vinculados
con los hábitos de lectura y con la industria editorial: una baja en los
índices de lectura, crisis generalizada de la industria editorial,
proliferación de premios y una explosión
de creatividad y de variedad en las obras (José Robles Aguilar,
2012). En el caso de México, distintas encuestas revelan que el índice de lectura
disminuyó de 56 a 46 por ciento durante
el periodo 2000-2012, lo que representa una caída del 10% de lectores en una
población conformada por 5.4 millones de analfabetas funcionales. Por si fuera
poco, dentro del Presupuesto de Egresos 2013 que Enrique Peña Nieto envió al Congreso,
no se contempló el Programa Nacional de Lectura, que tiene como finalidad
fomentar la lectura entre estudiantes y profesores de educación básica, para
ahorrarse, quizás, los 27.2 millones de pesos asignados a dicho programa en
2012.
Este es, de manera sucinta, el panorama
actual del libro y la lectura en México: nada que celebrar y sí mucho por
hacer.