Como
todos sabemos, el fenómeno del Teletón
en México, al igual que el del Redondeo,
Un Kilo de Ayuda y otras variantes de
supuestas cruzadas de amor, solidaridad y espíritu altruista –promovidas,
primordialmente, por los medios de comunicación electrónicos- se han
constituido en excelentes espacios de caridad remuneradora en los que los
ciudadanos y empresas tienen la oportunidad de construir credibilidad y mostrar
ante los mexicanos su disposición para apoyar económica y moralmente a los
niños que sufren alguna discapacidad, estudiantes de bajos recursos,
damnificados por algún desastre natural, entre otras excusas que justifiquen su
espíritu mercantil… perdón, fraterno.
La
Fundación Teletón nació en 1997, por un lado, como una idea bondadosa de apoyar
a los niños con discapacidad, y por el otro también con una intencionalidad
lucrativa, y se ha convertido en un éxito gracias a sus grandes campañas de
mercadotecnia (Andrés Valdés Zepeda y otros, 2008). Actualmente, dicha
fundación ha construido 18 Centros de Rehabilitación Infantil Teletón (CRIT);
administra el Fondo de Apoyo a Instituciones y ha consolidado el sistema de
rehabilitación infantil privado más grande del mundo.
Recordemos
que, según el artículo 31 de la Ley de Impuestos sobre la Renta, las empresas
pueden deducir de sus impuestos todo el dinero que den para la construcción de
obras que debería hacer el gobierno, como hospitales y centros de
rehabilitación. He aquí la primera paradoja: el Teletón promueve, con el dinero
que la gente dona de buena fe, la edificación de centros de rehabilitación
infantil privados, cuando lo ideal es que sean públicos.
La
segunda incongruencia es que Fundación Teletón ayuda a Televisa a deducir
impuestos con el dinero aportado por la ciudadanía. Sin embargo, esta
organización prácticamente nunca les da a los ciudadanos recibos para deducir
sus donaciones, aunque ahora invita a solicitarlos electrónicamente en www.teleton.org.
Otra
irregularidad radica en que, año tras año, al final de la recaudación, el
dinero que aporta la muchedumbre siempre rebasa la meta establecida al inicio
de dicha campaña caritativa. Televisa deduce sus impuestos, la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público le devuelve los millones de pesos sobrantes, pero
esta empresa no le regresa ni un peso a la gente que donó para esta supuesta
cruzada filantrópica y altruista.
El
Teletón es un gran negocio cuyo éxito
radica en el esquema de suma positiva donde todos los involucrados ganan y en
el uso intensivo y profesional de la mercadotecnia de las emociones en la que
Televisa usa toda su tecnología, su experiencia en manipular los sentimientos
del telespectador y su poder de penetración, para promover un espectáculo
lucrativo, en días cercanos a la navidad.
Recordemos
que ya Giovanni Sartori demostró en su excelente libro «Homo videns. La sociedad teledirigida» (2006) el poder político de
la televisión, la formación de la opinión pública a través de este medio, el
probable postpensamiento que está generando la nueva cultura audiovisual y, por
supuesto, que la imagen también miente, por lo que no todo lo que vemos en la «caja idiota» es la realidad.
Es
indudable que la manera como se planea y realiza el Teletón sigue despertando
sospechas, porque se ha convertido en un espectáculo barato que contribuye,
además, a reproducir la cultura de la simulación. Será necesario reinventarlo,
resignificar su enfatizado espíritu altruista y darle dirección social para que
impacte verdaderamente en el desarrollo comunitario y cultural de nuestro país.